A los 49 y medio… no me siento vieja.
…pero solo en mi cabeza.
Porque como todo se me olvida, ya ni me acuerdo cuántos años tengo.
Mi casa de dos plantas… cada día me parece más una mala idea. Cada vez que subo o bajo las escaleras me acuerdo de que la juventud se fue con el ascensor.
¿"Pecas"?
¡Me salieron!
Sí, esas que envidiabas en tu amiguita pecosa del colegio.
Ahora las tengo… en la cara, en los brazos y en zonas que mejor no nombro.
Los músculos que alguna vez tuve se mudaron sin avisar.
Ahora viven cómodamente en forma de grasa en mi abdomen y mis tetas.
Antes me comía una arepa con queso y salía lista para conquistar el mundo.
Ahora me la como y necesito una siesta y un café cargado.
Y aquí va una joya:
De niña, a pesar de tener visión 20/20, siempre quise lentes. ¡Siempre!
¿Y adivina? ¡Ahora los tengo! Y los necesito hasta para bañarme, porque no distingo si es shampoo o acondicionador… ni cuántas islas de pelos me quedaron al afeitarme.
Los olvido, uso los de mi esposo, él usa los míos… y ya ni siquiera puedo sacarme las cejas yo misma. Gracias, destino, por darme al fin lo que tanto quería… en el momento menos glamuroso posible.
Aunque, pensándolo bien, también me ayudan a disimular las cejas mal sacadas… y unas cuantas arrugas alrededor de los ojos.
Conclusión: la vida no es justa.
Pero sigo comiendo chocolate y tomando vino… porque una también tiene dignidad.
¿Deseo? Claro que sí.
Solo que se puso exquisito.
Ahora tengo ganas de:
-
Estar tranquila.
-
Comer lo más grasiento del menú.
-
Ver mi serie sin que nadie me apague el televisor “porque te quedaste dormida”.
-
Y sí, abrazadita es un plan perfecto.(Si no es el calor, son los calambres. Si no es la ansiedad, es el adolescente que aún no llega).
Dormir bien es un milagro.
Pero cuando logro dormir seis horas seguidas…
me siento Shakira. (Que por cierto, solo tiene un año menos que yo y también se reinventa, ¿ves?)
Ya no me maquillo y me veo linda-linda.
Ahora me maquillo y parezco una uva pasa en modo elegante.
Y aprendí que una buena amiga vale más que una terapeuta (¡y es más barata!).
Una conversación sin juicio puede curarte el alma, las hormonas y hasta ese dolor de espalda baja que llevas desde que tu hijo mayor empezó la pubertad.
Los hijos son adolescentes… justo cuando mis hormonas decidieron rebelarse.
La cereza en el pastel hormonal de los 49.
Te miran con esa cara de “¿otra vez tú?”
Y una aprende a tener paciencia…
o a huir estratégicamente a la cocina “a revisar el arroz”.
La cereza en el pastel hormonal de los 49.
Te miran con esa cara de “¿otra vez tú?”
Y una aprende a tener paciencia…
o a huir estratégicamente a la cocina “a revisar el arroz”.
Los 49 no son el fin del mundo.
Es cuando una empieza a sacar cuentas:
¿cuánto me queda si llego al promedio de vida las mujeres en mi zona?
Y ahí te da por pensar:
¿y si me mudo a una blue zone?
¿y si empiezo yoga?
¿y si me vuelvo monja?
Pero si nada de eso funciona…
al menos todavía tengo sentido del humor
(y esa sobra de hamburguesa grasosa que mi adolescente dejó en la nevera después de salir con sus amigos).
¿A qué le has tenido que hacer más zoom en esta etapa: a tu paciencia, a tu cara en el espejo… o a las letras del celular?
¡Te leo! 👇
Saludos,
Andreina
PD:
Las fotos que acompañan este post fueron estratégicamente seleccionadas para que me vea bien. Porque una ya no tiene 20… ¡pero todavía conoce sus mejores ángulos (y la distancia correcta de la cámara)!
Las fotos que acompañan este post fueron estratégicamente seleccionadas para que me vea bien. Porque una ya no tiene 20… ¡pero todavía conoce sus mejores ángulos (y la distancia correcta de la cámara)!
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